martes, 21 de noviembre de 2017

Reseña del libro "redes o Paredes, de Paula Sibilia

Nietzsche afirmaría sin dudas, “la escuela ha muerto”. ¿Puede ser cierto esto? ¿El avance tecnológico y los medios de comunicación ponen en vías de extinción al sistema educativo tal como lo conocemos?. Sin pretender una mirada apocalíptica (o tal vez sí) en respuesta a estas preguntas, hoy me toca hacer una reseña de un libro que acabo de leer titulado “¿Redes o Paredes? La escuela en tiempos de dispersión” de Paula Sibilia, editado en 2012.
En líneas generales el libro pretende analizar los cambios en la educación a partir del avance de la tecnología y los medios de comunicación. Se pone enfoque en los cuerpos y subjetividades en donde la educación fue creada en contraste con las subjetividades culturales del presente. Desde mi punto de vista “no-apocalíptico” insisto, estamos ante “pibes”, y digo pibes porque no pienso utilizar el término alumnos (carentes de luz), ni infantes (que no tienen voz), mucho menos adolescentes, y sepan disculpar mi “poco académica” terminología, pero son palabras que deben ser deconstruidas como parte de una posmodernidad que es atravesada principalmente por el lenguaje. ¿En qué estaba?, ah sí, en que estamos ante pibes que viven intensamente escribiendo el siglo XXI y la posmodernidad misma, ante un sistema educativo del siglo XX, o comenianamente en el siglo XVII, incluso el pedagogo  Mariano Narodowski nos habla de Utopías en “infancia y poder” (1994) y “después de clase” (1999), dos publicaciones que también recomiendo.
Para ilustrar este momento de la educación frente a los avances mediáticos, voy a tomar del libro “Redes o Paredes” el capítulo seis del mismo titulado  “las subjetividades mediáticas quieren divertirse”. Elegí este capítulo particularmente porque aquí se puede reflejar claramente las diferentes subjetividades entre las que estamos “acostumbrados”, a aquellas subjetividades de los pibes de hoy. En este capítulo la autora cita diversos artículos sobretodo de Cristina Corea e Ignacio Lewkowicz y menciona una publicación titulada “pedagogía del aburrido”, una suerte de juego frente a la obra maravillosa de Paulo Freire “pedagogía del oprimido”, obra de la que ya me he referido en ocasiones anteriores y posteriores seguramente. “pedagogía del aburrido” No se trata de algo meramente anecdótico: la cuestión del entretenimiento radica en el seno de un modo típicamente contemporáneo de vivir y, también, de ejercer el poder. “A los alumnos del siglo XXI hay que darles diversión. Esto es bastante distinto de lo que ocurría con los oprimidos de algunos años atrás, a quienes había que emancipar liberándolos del confinamiento alienante y del yugo disciplinario dándoles las alas de la alfabetización. Los chicos hoy en día pretenden que las clases sean entretenidas, lo cual evidencia cierto desfasaje entre dos formas distintas de relacionarse con uno mismo, con los demás y con el mundo” (Redes y Paredes, p. 79). más adelante señala como uno de los ejes fundamentales de la cultura contemporánea el estreno del programa de televisión “Plaza Sésamo” en 1969 y donde Neil Postman en su libro “Teaching as an amusing activity” señala que la noción de aprender tendría que ser algo divertido y trata de desmitificar la idea de que los productos mediáticos surgidos de esa estirpe sean capaces de “educar”.
Sin embargo durante el siglo XX, la pedagogía intentó introducir el juego en las aulas, usos didácticos del juego pretendían someterlo a objetivos más trascendentes que el mero hecho de entretener, era transmitir o transferir un saber de forma más amena (Redes y Paredes, p. 80). Hoy en día las propuestas didácticas fueron incorporando no solo el juego, sino los medios de comunicación, diario, cine, televisión e internet.
Estos cambios tecnológicos hicieron que las nuevas generaciones hoy estén  permanentemente comunicados e informados, hicieron una vida de perpetuo “Zapping” donde toda la información fluye, como explica Corea “nada empieza, nada termina, nada queda porque todo fluye velozmente”. En sintonía con la banalización y la saturación imagética, las palabras tampoco anudan ni decantan, no llegan a coagular significados en quien las pronuncia ni en quien las escucha: en vez de anclar en experiencias con su peso capaz de marcar cuerpos y subjetividades, patinan o deslizan sin amarrarse a nada (Redes o Paredes p. 84). Al respecto de esta volatilidad remite a Guy Debord con “la muerte del diálogo” y más recientemente a Gilles Deleuze: “tal vez la palabra, la comunicación, están podridas”.  El mismo lenguaje se vuelve inconsistente cuando la opinión substituye al pensamiento y la información desplaza al saber o al conocimiento (p. 85). En este punto me encuentro parcialmente de acuerdo con la autora, ya que no creo que la palabra y la comunicación están podridas, ni el diálogo muerto, sino más bien se encuentran en un proceso de deconstrucción absoluta, como eje fundamental de la posmodernidad como mencione anteriormente. Aun ante una posmodernidad “en pañales” donde aún muchos no comprenden bien si se trata de una antimodernidad o una evolución de la misma, desde diferentes miradas y críticas, hoy creo que el lenguaje se está resignificando y estas diferencias de entendimientos dificultan el diálogo y generan violencia. Por otra parte creo que si la opinión substituye al pensamiento, en esta suerte de “todos somos directores técnicos” donde todos opinamos sin información ni saberes concretos, incluso hoy se habla mucho de la “Posverdad”, información que no sabemos si es cierta o no pero cómo encaja con nuestro pensamiento o ideología, lo damos por cierto. Esto creo que es también un eje a trabajar en el aula con los pibes.
Volviendo al libro en cuestión, y en relación a este tema de la posverdad al que me refería, la autora refiere a hacer una “lectura crítica” de los medios corriendo el riesgo de lanzar más palabras sin volumen al torrente de opiniones, todas igualmente válidas por carecer de un criterio capaz de sopesarlas o de convertirlas en pensamiento. Por eso el espectador contemporáneo no sería exactamente un receptor, sino un usuario que surfea sin pausa entre el caos de la información. Alguien que, por tanto, debe producir activamente las operaciones necesarias para fijar y dar sentido a ese fluido, apropiándoselo para transformarlo en experiencia (p. 85).
Siguiendo estas subjetividades mediáticas, hoy se sufre por saturación y por dispersión, tanto al alumno en el colegio como el usuario mediático actual suele estar aburrido y desatento. La demanda por diversión genera aburrimiento, la hiperconexión produce desconcentración, como una reacción defensiva ante la avalancha de informaciones y contactos y esto genera un problema cuando este efecto del modo de vida contemporáneo entra en coalición con las exigencias del dispositivo escolar (p. 87).
“El colegio siempre ha intentado convertir al niño en un alumno interesado, atento y aplicado. Con esa meta, la subjetividad estudiantil se edifica a partir de prácticas que instituyen la memoria, la atención y la conciencia. Por eso se intentaba en el aula, doblegar el aparato perceptivo mediante una diversidad de tácticas tendientes a reducir los estímulos enfatizando la eficacia de la razón. En cambio en la percepción contemporánea la conciencia no llega a constituirse: la velocidad de los estímulos hace que el percepto no tenga el tiempo necesario para alojarse en la conciencia”  explica Cristina Corea, de modo que “la subjetividad informacional se constituye a expensas de la conciencia”.
Al leer, estudiar o escribir como propone el dispositivo escolar, se experimenta un tiempo acumulativo, lineal y ascendente: Cada momento requiere uno previo que le de sentido y coherencia. Los medios audiovisuales, en cambio, solicitan e incitan otras disposiciones corporales y subjetivas, bastante distintas “cuando miro tele experimento la actualidad, la puntualidad del instante”, aclara Corea. Por eso ese tipo de espectador o usuario mediático no interpreta los mensajes recibidos sino que se conecta directamente con el estímulo que impacta su aparato perceptivo y, para poder disfrutarlo tiene que sumarse al flujo: cuando la saturación llega a cierto nivel de agotamiento, se aburre y se desconecta. Se trata de una diferencia crucial entre el alumno y el usuario mediático: este último no se funda a sí mismo en la experiencia de la interpretación sino que se apoya en la percepción. (p. 88). Hoy abunda la estimulación y escasea la capacidad de incorporar esos estímulos. Ese sería uno de los motivos importantes para tejer redes, ya que estas multiplican las conexiones y permiten habitar de un modo conjunto el torrente informacional, produciendo una densidad capaz de desacelerar la avalancha y capturar lo que se sucede transmutandolo en experiencia. La autora también refiere como esa necesidad de apropiarse a ese flujo a la popularización del hábito de fotografiar la vida cotidiana, lo que algunos llamamos la “mediatización de la vida privada”, y algunos vemos esto como una nueva expresión del lenguaje y de la comunicación del siglo XXI.
“Aparentemente opuestos, por tanto, la apatía y la hiperactividad serían dos efectos complementarios de la saturación contemporánea: resultados del contacto con un medio evanescente donde todo pasa vertiginosamente sin dejar huella” (p. 89).
Por eso si no se realizan en cada caso las operaciones capaces de asentar la experiencia deteniendo la multiplicación desenfrenada, sino se produce pensamiento generando algún sentido, y por lo tanto subjetividad y encuentros, solo restara un exceso de estimulación que gira en el vacío y se extingue en el tedio (p. 90). “La saturación total impide pensar y actuar, por eso es tan vital resistir al flujo mediante estrategias de fijación, algo que la escuela contemporánea debería asumir como un compromiso de los más desafiantes”.

Como conclusión solo quiero dejar algunas preguntas que creo cruciales en relación a lo leído: ¿Es posible encontrar dispositivos de fijación para todas estas nuevas subjetividades con el sistema educativo actual, o estamos frente a una nueva utopía?, ¿Tenemos docentes preparados y abiertos a estos cambios?, ¿Estamos frente a una marketización de la educación? El libro deja más dudas que certezas, sin embargo los problemas están planteados correctamente aunque el panorama inmediato de todos estos cambios es poco esperanzador. Insisto que estamos escribiendo el momento histórico que atraviesa la posmodernidad en lo que refiere al lenguaje, a la comunicación y, como todo proceso de transformación, tiene sectores que ofrecen ciertos rechazos, ya sea por comodidad, miedo a los cambios, o ignorancia tal vez, pero hoy se ve en el aula esa colisión entre los pibes y los docentes, esa violencia a la que me refería anteriormente, violencia que genera el que se hablen diferentes “lenguajes”. Para cerrar, este libro me recordó una nota que hace poco leí en Página 12 a Felipe Pigna y Darío  Sztajnszrajber sobre algunos de estos temas a los que me refería, y a continuacion un video maravilloso de una pelicula maravillosa.



   

1 comentario:

  1. Necesito ayuda para comprender mejor a que se refiere la autora cuando habla de "subjetividades". Ayudaaaaa por favor!!!

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