Nietzsche afirmaría sin dudas,
“la escuela ha muerto”. ¿Puede ser cierto esto? ¿El avance tecnológico y los
medios de comunicación ponen en vías de extinción al sistema educativo tal como
lo conocemos?. Sin pretender una mirada apocalíptica (o tal vez sí) en
respuesta a estas preguntas, hoy me toca hacer una reseña de un libro que acabo
de leer titulado “¿Redes o Paredes? La
escuela en tiempos de dispersión” de Paula Sibilia, editado en 2012.
En líneas generales el libro pretende analizar los cambios en la educación a partir del avance de la tecnología y los medios de comunicación. Se pone enfoque en los cuerpos y subjetividades en donde la educación fue creada en contraste con las subjetividades culturales del presente. Desde mi punto de vista “no-apocalíptico” insisto, estamos ante “pibes”, y digo pibes porque no pienso utilizar el término alumnos (carentes de luz), ni infantes (que no tienen voz), mucho menos adolescentes, y sepan disculpar mi “poco académica” terminología, pero son palabras que deben ser deconstruidas como parte de una posmodernidad que es atravesada principalmente por el lenguaje. ¿En qué estaba?, ah sí, en que estamos ante pibes que viven intensamente escribiendo el siglo XXI y la posmodernidad misma, ante un sistema educativo del siglo XX, o comenianamente en el siglo XVII, incluso el pedagogo Mariano Narodowski nos habla de Utopías en “infancia y poder” (1994) y “después de clase” (1999), dos publicaciones que también recomiendo.
En líneas generales el libro pretende analizar los cambios en la educación a partir del avance de la tecnología y los medios de comunicación. Se pone enfoque en los cuerpos y subjetividades en donde la educación fue creada en contraste con las subjetividades culturales del presente. Desde mi punto de vista “no-apocalíptico” insisto, estamos ante “pibes”, y digo pibes porque no pienso utilizar el término alumnos (carentes de luz), ni infantes (que no tienen voz), mucho menos adolescentes, y sepan disculpar mi “poco académica” terminología, pero son palabras que deben ser deconstruidas como parte de una posmodernidad que es atravesada principalmente por el lenguaje. ¿En qué estaba?, ah sí, en que estamos ante pibes que viven intensamente escribiendo el siglo XXI y la posmodernidad misma, ante un sistema educativo del siglo XX, o comenianamente en el siglo XVII, incluso el pedagogo Mariano Narodowski nos habla de Utopías en “infancia y poder” (1994) y “después de clase” (1999), dos publicaciones que también recomiendo.
Para ilustrar este momento de la
educación frente a los avances mediáticos, voy a tomar del libro “Redes o Paredes” el capítulo seis del
mismo titulado “las subjetividades mediáticas quieren
divertirse”. Elegí este capítulo particularmente porque aquí se puede
reflejar claramente las diferentes subjetividades entre las que estamos
“acostumbrados”, a aquellas subjetividades de los pibes de hoy. En este
capítulo la autora cita diversos artículos sobretodo de Cristina Corea e
Ignacio Lewkowicz y menciona una publicación titulada “pedagogía del aburrido”, una suerte de juego frente a la obra
maravillosa de Paulo Freire “pedagogía
del oprimido”, obra de la que ya me he referido en ocasiones anteriores y
posteriores seguramente. “pedagogía del
aburrido” No se trata de algo meramente anecdótico: la cuestión del entretenimiento
radica en el seno de un modo típicamente contemporáneo de vivir y, también, de
ejercer el poder. “A los alumnos del siglo XXI hay que darles diversión. Esto
es bastante distinto de lo que ocurría con los oprimidos de algunos años atrás,
a quienes había que emancipar liberándolos del confinamiento alienante y del
yugo disciplinario dándoles las alas de la alfabetización. Los chicos hoy en
día pretenden que las clases sean entretenidas, lo cual evidencia cierto
desfasaje entre dos formas distintas de relacionarse con uno mismo, con los
demás y con el mundo” (Redes y Paredes, p. 79). más adelante señala como uno de
los ejes fundamentales de la cultura contemporánea el estreno del programa de
televisión “Plaza Sésamo” en 1969 y donde Neil Postman en su libro “Teaching as an amusing activity” señala
que la noción de aprender tendría que ser algo divertido y trata de
desmitificar la idea de que los productos mediáticos surgidos de esa estirpe
sean capaces de “educar”.
Sin embargo durante el siglo XX,
la pedagogía intentó introducir el juego en las aulas, usos didácticos del
juego pretendían someterlo a objetivos más trascendentes que el mero hecho de
entretener, era transmitir o transferir un saber de forma más amena (Redes y
Paredes, p. 80). Hoy en día las propuestas didácticas fueron incorporando no
solo el juego, sino los medios de comunicación, diario, cine, televisión e
internet.
Estos cambios tecnológicos
hicieron que las nuevas generaciones hoy estén
permanentemente comunicados e informados, hicieron una vida de perpetuo
“Zapping” donde toda la información fluye, como explica Corea “nada empieza,
nada termina, nada queda porque todo fluye velozmente”. En sintonía con la
banalización y la saturación imagética, las palabras tampoco anudan ni decantan,
no llegan a coagular significados en quien las pronuncia ni en quien las
escucha: en vez de anclar en experiencias con su peso capaz de marcar cuerpos y
subjetividades, patinan o deslizan sin amarrarse a nada (Redes o Paredes p.
84). Al respecto de esta volatilidad remite a Guy Debord con “la muerte del diálogo” y más
recientemente a Gilles Deleuze: “tal vez la palabra, la comunicación, están
podridas”. El mismo lenguaje se vuelve
inconsistente cuando la opinión substituye al pensamiento y la información desplaza
al saber o al conocimiento (p. 85). En este punto me encuentro parcialmente de
acuerdo con la autora, ya que no creo que la palabra y la comunicación están
podridas, ni el diálogo muerto, sino más bien se encuentran en un proceso de
deconstrucción absoluta, como eje fundamental de la posmodernidad como mencione
anteriormente. Aun ante una posmodernidad “en pañales” donde aún muchos no
comprenden bien si se trata de una antimodernidad o una evolución de la misma,
desde diferentes miradas y críticas, hoy creo que el lenguaje se está
resignificando y estas diferencias de entendimientos dificultan el diálogo y
generan violencia. Por otra parte creo que si la opinión substituye al
pensamiento, en esta suerte de “todos somos directores técnicos” donde todos
opinamos sin información ni saberes concretos, incluso hoy se habla mucho de la
“Posverdad”, información que no sabemos si es cierta o no pero cómo encaja con
nuestro pensamiento o ideología, lo damos por cierto. Esto creo que es también
un eje a trabajar en el aula con los pibes.
Volviendo al libro en cuestión, y
en relación a este tema de la posverdad al que me refería, la autora refiere a
hacer una “lectura crítica” de los medios corriendo el riesgo de lanzar más
palabras sin volumen al torrente de opiniones, todas igualmente válidas por
carecer de un criterio capaz de sopesarlas o de convertirlas en pensamiento.
Por eso el espectador contemporáneo no sería exactamente un receptor, sino un
usuario que surfea sin pausa entre el caos de la información. Alguien que, por
tanto, debe producir activamente las operaciones necesarias para fijar y dar
sentido a ese fluido, apropiándoselo para transformarlo en experiencia (p. 85).
Siguiendo estas subjetividades
mediáticas, hoy se sufre por saturación y por dispersión, tanto al alumno en el
colegio como el usuario mediático actual suele estar aburrido y desatento. La
demanda por diversión genera aburrimiento, la hiperconexión produce
desconcentración, como una reacción defensiva ante la avalancha de informaciones
y contactos y esto genera un problema cuando este efecto del modo de vida
contemporáneo entra en coalición con las exigencias del dispositivo escolar (p.
87).
“El colegio siempre ha intentado
convertir al niño en un alumno interesado, atento y aplicado. Con esa meta, la
subjetividad estudiantil se edifica a partir de prácticas que instituyen la
memoria, la atención y la conciencia. Por eso se intentaba en el aula, doblegar
el aparato perceptivo mediante una diversidad de tácticas tendientes a reducir
los estímulos enfatizando la eficacia de la razón. En cambio en la percepción
contemporánea la conciencia no llega a constituirse: la velocidad de los
estímulos hace que el percepto no tenga el tiempo necesario para alojarse en la
conciencia” explica Cristina Corea, de
modo que “la subjetividad informacional se constituye a expensas de la
conciencia”.
Al leer, estudiar o escribir como
propone el dispositivo escolar, se experimenta un tiempo acumulativo, lineal y
ascendente: Cada momento requiere uno previo que le de sentido y coherencia.
Los medios audiovisuales, en cambio, solicitan e incitan otras disposiciones
corporales y subjetivas, bastante distintas “cuando miro tele experimento la
actualidad, la puntualidad del instante”, aclara Corea. Por eso ese tipo de
espectador o usuario mediático no interpreta los mensajes recibidos sino que se
conecta directamente con el estímulo que impacta su aparato perceptivo y, para
poder disfrutarlo tiene que sumarse al flujo: cuando la saturación llega a
cierto nivel de agotamiento, se aburre y se desconecta. Se trata de una
diferencia crucial entre el alumno y el usuario mediático: este último no se
funda a sí mismo en la experiencia de la interpretación sino que se apoya en la
percepción. (p. 88). Hoy abunda la estimulación y escasea la capacidad de
incorporar esos estímulos. Ese sería uno de los motivos importantes para tejer
redes, ya que estas multiplican las conexiones y permiten habitar de un modo
conjunto el torrente informacional, produciendo una densidad capaz de desacelerar
la avalancha y capturar lo que se sucede transmutandolo en experiencia. La
autora también refiere como esa necesidad de apropiarse a ese flujo a la
popularización del hábito de fotografiar la vida cotidiana, lo que algunos
llamamos la “mediatización de la vida privada”, y algunos vemos esto como una
nueva expresión del lenguaje y de la comunicación del siglo XXI.
“Aparentemente opuestos, por
tanto, la apatía y la hiperactividad serían dos efectos complementarios de la
saturación contemporánea: resultados del contacto con un medio evanescente
donde todo pasa vertiginosamente sin dejar huella” (p. 89).
Por eso si no se realizan en cada
caso las operaciones capaces de asentar la experiencia deteniendo la
multiplicación desenfrenada, sino se produce pensamiento generando algún
sentido, y por lo tanto subjetividad y encuentros, solo restara un exceso de estimulación
que gira en el vacío y se extingue en el tedio (p. 90). “La saturación total
impide pensar y actuar, por eso es tan vital resistir al flujo mediante
estrategias de fijación, algo que la escuela contemporánea debería asumir como
un compromiso de los más desafiantes”.
Como conclusión solo quiero dejar
algunas preguntas que creo cruciales en relación a lo leído: ¿Es posible
encontrar dispositivos de fijación para todas estas nuevas subjetividades con
el sistema educativo actual, o estamos frente a una nueva utopía?, ¿Tenemos
docentes preparados y abiertos a estos cambios?, ¿Estamos frente a una
marketización de la educación? El libro deja más dudas que certezas, sin
embargo los problemas están planteados correctamente aunque el panorama
inmediato de todos estos cambios es poco esperanzador. Insisto que estamos
escribiendo el momento histórico que atraviesa la posmodernidad en lo que
refiere al lenguaje, a la comunicación y, como todo proceso de transformación,
tiene sectores que ofrecen ciertos rechazos, ya sea por comodidad, miedo a los
cambios, o ignorancia tal vez, pero hoy se ve en el aula esa colisión entre los
pibes y los docentes, esa violencia a la que me refería anteriormente,
violencia que genera el que se hablen diferentes “lenguajes”. Para cerrar, este
libro me recordó una nota que hace poco leí en Página 12 a Felipe Pigna y Darío
Sztajnszrajber sobre algunos de estos
temas a los que me refería, y a continuacion un video maravilloso de una pelicula maravillosa.
Necesito ayuda para comprender mejor a que se refiere la autora cuando habla de "subjetividades". Ayudaaaaa por favor!!!
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